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miércoles, 30 de mayo de 2012

¡NO HACER NADA!, NO INVENTAR NI INICIAR NADA (CRISTO, ¿SACRIFICIO Y CAMINO, O ADORACIÓN CONTAMINADA?) (E. V. Génesis- Witness Lee)


...En mi interior brotó una profunda convicción: no me atrevía a hacer nada. Sólo podía decir: “Señor, no debo iniciar nada. Todo mi ser necesita que Tú lo laves, no que yo esté activo. Señor, sólo aplico Tu sangre. Señor, toma Tú la iniciativa. Si no haces nada, yo tampoco haré nada”. Fui capturado por la visión celestial. Había visto que todo mi ser era completamente pecaminoso, que no debía inventar nada ni iniciar nada, que todo lo que procedía de mí era corrupto a los ojos de Dios, que aun mis lágrimas de arrepentimiento debían ser lavadas por la sangre, y que en mi arrepentimiento se encontraba un elemento del ego que hacía de mi arrepentimiento algo impuro. Por tanto, tenía que arrepentirme de ese arrepentimiento...

ESTUDIO-VIDA DE GÉNESIS

MENSAJE VEINTITRÉS

CAÍN Y ABEL


I. CAÍN

B. Adoró a Dios según su propio concepto,
cuyo origen era Satanás

¿Qué había de malo en Caín? Desde el punto de vista humano, él no estaba equivocado inicialmente. Cuando yo era un joven cristiano, actuaba como abogado de Caín, buscando argumentos para defenderlo en la Corte Celestial. Pensaba que no había nada malo en él. Caín fue el primero en presentar una ofrenda a Dios, mientras que Abel fue segundo. El quizás aprendió eso de Caín. Yo pensaba que presentar una ofrenda a Dios como lo hizo Caín no estaba mal, pues no era como las apuestas, la mentira o el homicidio. Por tanto, estaba en desacuerdo con Dios, y le decía: “Dios, no fuiste justo con Caín. Tu injusticia lo incitó a matar a su hermano. Si hubieras sido justo en ese asunto, Caín probablemente habría amado mucho a su hermano”.

Hablé como un abogado ignorante, como un muchacho torpe en una corte. No obstante, Dios fue bondadoso para con Caín, pues no ejecutó Su juicio sobre él. Dios también fue misericordioso para conmigo, pues no me mató. Finalmente, con el transcurso de los años, entendí la razón por la cual Dios no aceptó ni miró a Caín ni a su ofrenda.

Permítanme explicarles la razón. Caín y Abel nacieron de padres caídos. Adán y Eva no estaban solamente mal con Dios, sino que se les había inyectado la naturaleza maligna de Satanás. La naturaleza de Satanás había entrado en la naturaleza de ellos, en su mente y en sus conceptos. Adán y Eva se dieron cuenta de su condición y reconocieron que estaban equivocados delante de Dios. De hecho, también se habían llenado del elemento maligno de Satanás. Se dieron cuenta de que Dios era misericordioso y que habían hallado gracia ante Él, pues les prometió la salvación y les proporcionó túnicas de pieles para cubrir su desnudez, lo cual representaba a Cristo como la verdadera justicia que había de venir. Como mencionamos en el mensaje anterior, Adán y Eva comunicaron eso a sus hijos y les declararon el camino de la obra salvadora de Dios. Por tanto, Caín y Abel no nacieron de padres puros; eran descendientes de padres contaminados, corruptos y arruinados.

Consideremos un vaso de agua pura y otro de agua contaminada. Si usted me ofrece el agua pura, yo se lo agradecería mucho, y la bebería para satisfacer mi sed. Pero si me ofrece el vaso de agua contaminada, eso me molestaría. A pesar de tener sed, rechazaría la propuesta de beber el agua contaminada. Si usted entiende este ejemplo, se dará cuenta de que Dios no fue injusto al rechazar lo que le ofrecía Caín. Queda claro que Dios no puede aceptar el agua contaminada, es decir, una ofrenda contaminada. Caín nació de padres contaminados y era impuro y contaminado por nacimiento. Al contrario, Dios es santo, justo y puro. Caín y Abel no sólo eran corruptos y pecadores, sino que dentro de ellos se encontraba el enemigo de Dios. Puesto que Satanás, el enemigo de Dios, vivía y actuaba en ellos y los motivaba a hacer cosas, todo lo que hacían por sí mismos constituía una acción del enemigo de Dios. Si usted fuese Dios y supiese que dentro de Caín estaba el diablo, su enemigo, ¿aceptaría usted su adoración? Esta adoración es un insulto para Dios.

Aparentemente no vemos al diablo en Génesis 4; vemos a Caín matando y mintiendo. Sin embargo, en Juan 8:44 el Señor Jesús dijo que fue el diablo el que mató y mintió. A los ojos de Dios, no fue solamente Caín, sino el diablo. Además, en 1 Juan 3:12 se afirma que Caín era “del maligno”. La palabra griega traducida “del” significa “proveniente de”. Por consiguiente, Caín provenía del maligno, del diablo. La fuente de Caín era Satanás. Estos dos versículos nos muestran clara y concluyentemente que Caín y el diablo, el diablo y Caín, eran uno.

Quizás usted se pregunte ¿cómo puede el diablo motivar a la gente a adorar a Dios? Considere el caso de Pedro en Mateo 16:21-23. Después de recibir la visión celestial acerca de Cristo, él fue incitado por Satanás a decirle al Señor Jesús, quien acababa de hablar de que padecería e iría a la muerte: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor!” El Señor se volvió y le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás”. Observe que el Señor no dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Pedro!” Así que el que acababa de recibir una revelación del Padre se convirtió en Satanás. No se hizo Satanás por algo maligno, sino mostrándose interesado en el Señor.

Cuando nos exhortan a adorar a Dios, o cuando nos acercamos al Señor, y procuramos tener comunión con Él, constantemente Satanás, el insidioso, nos incita a no hacerlo, y nos propone un camino que difiera de la revelación de Dios, en su intento de alejarnos de la economía de Dios. Mientras Satanás nos aparte del camino de Dios y nos impida cumplir el propósito de Dios, nos motivará incluso a hacer cosas para Dios. Esta fue la manera en que obró en Caín.

Debemos tener cuidado, pues nos puede suceder lo mismo. Debemos comprender que no se trata de obrar sino de ser. La cuestión no es si adoramos a Dios o no, sino si somos uno con el diablo en lo que hagamos. Aun cuando usted ame a los demás, siendo uno con el diablo, esta clase de amor es un insulto para Dios, porque Satanás, el enemigo de Dios, está activo en tal acción. Así que, Caín presentó la ofrenda, pero el diablo fue el que lo motivó, el que inició su adoración. Supongamos que usted tiene un enemigo que se niega a reconciliarse con usted, pero que manda a alguien a que lo adore a usted. ¿No consideraría usted esa adoración como un insulto? Ahora podemos ver lo que estaba errado en Caín.

Caín ofreció a Dios el fruto de su propia labor (Gn. 4:3). El trajo del fruto de la tierra sin derramar sangre. Esto significa que había rechazado el camino redentor de Dios, que había oído de sus padres. El camino redentor de Dios, según había sido revelado a los padres de Caín, consistía en un sacrificio en el cual la sangre fuese derramada, pues sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (He. 9:22). A los ojos de Dios el hombre había caído, estaba arruinado, era pecaminoso y estaba contaminado. Necesitaba el derramamiento de la sangre para la remisión de los pecados. Aunque los padres de Caín ciertamente le hablaron del camino redentor de Dios, él lo rechazó y lo hizo a un lado. A Caín no le interesó el camino de Dios, e inventó su propio camino según su propio concepto.

¿Qué es un concepto? Los conceptos humanos provienen del Árbol del Conocimiento. Al tomar Caín el camino del Árbol del Conocimiento, abrió su ser al diablo. Cuando hizo esto, quedó completamente atrapado por el maligno. Fue Caín quien inventó la religión. Usted argumentará: “Caín inventó la religión para adorar a Dios. El no inventó los casinos de apuestas”. Pero Dios no se interesa en lo que usted inventa; El se interesa en el origen. Las invenciones del hombre no se originan en Dios y no se conforman al espíritu del hombre, sino a su mente. Si su invención se inicia en usted, en su mente, esa invención, por muy buena que sea, tiene su origen en Satanás, pues Satanás, el insidioso, se halla en su mente. Cuando Caín diseñó su propia manera de adorar a Dios, él fue absolutamente uno con Satanás. El estaba lleno y saturado del diablo. Por consiguiente, el Señor Jesús en Juan 8:44 aludió a él cuando habló de Satanás. ¿Cómo se atrevió este hombre a presentar una ofrenda a Dios sin derramar sangre?

Ahora podemos entender la razón por la cual Dios no aceptó la ofrenda de Caín. Aunque Caín debió darse cuenta de que Dios deseaba un sacrificio con derramamiento de sangre, no lo hizo. El adoró a Dios según su propio concepto, sin derramamiento de sangre, y sin las pieles del sacrificio, con las cuales se podía cubrir. Esto significa que él rechazó el camino de Dios, que consistía en tomar a Cristo como la justicia de Dios para cubrirse, según lo revelan Filipenses 3:9 y 1 Corintios 1:30. El, al igual que los judíos religiosos, buscó establecer su propia justicia, haciendo a un lado la justicia de Dios, y negándose a someterse a ella como lo revela Romanos 10:3. Por tanto, su ofrenda constituía un insulto para Dios; era una abominación a Sus ojos, y Él la rechazó.

C. Siguió su propio camino (el camino de Caín)

Judas 11 habla de aquellos que “han seguido el camino de Caín”. ¿Cuál es el camino de Caín? Es hacer el bien para complacer a Dios y adorarlo, en arrogancia, con esfuerzos humanos y conforme a la propia invención del hombre motivado por el diablo. El camino de Caín consiste en adorar a Dios religiosamente sin Cristo. Desde el punto de vista humano, el camino de Caín no es malo, pues la religión es la mejor invención de la cultura humana. De hecho, la Biblia enseña que la religión fue la primera y la más destacada de las invenciones de la cultura humana. No obstante, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Quién inventó la religión? No fue Caín, sino Satanás, quien motivaba interiormente a Caín. Satanás usurpó la primera generación humana al inducirla a que tomara del Árbol del Conocimiento. Sin embargo, Dios intervino para rescatar al hombre y recobrarlo por Su camino redentor. Aunque, en cierto sentido, tanto Adán como Eva estaban perdidos, Dios intervino y los volvió a Sí mismo, abriendo Su camino redentor, el camino del derramamiento de sangre. Fue así como Dios llevó a cabo la obra de rescatar, de salvar. Vimos que Adán y Eva comunicaron este camino a sus hijos y que Caín, su primogénito, lo rechazó, siguió su propio camino, y se unió con el diablo. Ese rechazo, es decir, el seguir su propio camino, equivalía a rechazar a Dios y seguir a Satanás. Este es el camino maligno de Caín.

Dios nos reveló plenamente Su camino. Por mucho que hayan predicado Adán y Eva a sus hijos, no tenían la Biblia como la tenemos nosotros. Tenemos la Biblia, la cual se compone de sesenta y seis libros que nos relatan claramente el camino de la salvación, el camino de la vida, el camino del derramamiento de sangre y el camino de Cristo. Tenemos el camino. No obstante, muchas personas han oído hablar de ese camino, o sea que han oído la predicación del evangelio, pero se han apartado de él y han seguido su propio camino, tratando de adorar a Dios según sus propios conceptos y procurando hacer el bien para complacer a Dios según su propio deseo. Mucha gente sigue el camino de Caín, el cual no consiste en apostar en las casas de juego, sino en fabricar una religión humana, una manera de adorar a Dios, que no concuerda con la revelación divina, sino con la invención del hombre. Aparentemente eso es bueno, pero en realidad es horrible, pues al inventar la religión, la segunda generación humana fue completamente capturada por Satanás. Satanás se apropió de la primera generación humana induciendo al hombre a comer del Árbol del Conocimiento, y capturó la segunda generación apartando al hombre del camino de Dios e induciéndolo a seguir las invenciones humanas.

El camino de Dios está en contraste con el bien y el mal. Muchas personas piensan que mientras no hagan nada malo, andan bien. Sin embargo, en tanto que usted se encuentre fuera del camino de Dios, no interesa si está en el lado del bien o en el del mal. A Dios no le interesa que usted esté en el lado bueno o en el malo; El sólo se preocupa por el hecho de que usted se halle en Su camino redentor. Tal vez usted piense que es superior y que su camino es mejor que el de Dios. Muchos religiosos, que han inventado su propia religión, se consideran superiores a los que siguen el camino de salvación de Dios. Tal vez sean más grandes que nosotros, pero nosotros estamos en el camino de Dios. El camino de Caín no es el camino del mal declarado, sino el camino del bien. No obstante, distrae al hombre y lo aparta de Dios. Satanás está tanto en el lado del bien como en el del malRecuerde que el Árbol de la Vida posee un solo factor: la vida. Pero el árbol del conocimiento tiene dos factores: el bien y el malPor tanto, mientras usted esté fuera del camino de Dios se encontrará en el camino de Satanás, independientemente de si hace el bien o el mal.

Quisiera dirigirme a los no salvos que leen este mensaje. Ustedes necesitan el camino redentor de Dios. No interesa cuánto bien hayan hecho o puedan hacer, deben entender que nacieron pecadores, que la naturaleza diabólica está en su carne, y que el elemento satánico se encuentra en su mente. Necesitan, entonces, el derramamiento de la sangre de Jesús, porque sin ella no hay remisión de pecados.

¡Agradecemos a Dios porque el Señor Jesús derramó Su sangre! Con ella tenemos la remisión de nuestros pecados. Mi esposa puede testificar que casi siempre que oramos juntos la primera palabra que digo es: “Señor, acudimos a Ti por Tu sangre. Señor, límpianos con Tu sangre. ¡Cuánto necesitamos que Tu sangre nos cubra!” Cuando nos encontramos en la vieja creación, todavía tenemos un elemento sucio y corrupto dentro de nosotros. Por consiguiente, necesitamos ser lavados por la sangre de Jesús. Frecuentemente he dicho al Señor en mis oraciones: “Señor, debemos pasar por el altar. Necesitamos que Tú seas nuestra ofrenda. Señor, te tomamos a Ti como nuestro sacrificio por el pecado y Te ofrecemos la grosura”. Caín erró el blanco. El rechazó el camino del derramamiento de la sangre y tomó el camino de Satanás.

Cuando el apóstol Pablo estaba en la religión judía, aventajaba a muchos de sus contemporáneos (Gá. 1:14). No obstante, en aquel tiempo él no consiguió la justicia de Dios. En Filipenses 3:9 él presentó una palabra profunda y excelente: “Y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe”. Pablo no quería ser hallado en sí mismo, con su propia justicia; él quería ser hallado en Cristo, con la justicia que es de Dios. Nosotros, igual que Pablo, debemos ser hallados en Cristo. El hecho de que Él sea nuestra justicia se expresa en las palabras de un himno muy conocido: “El Cristo de Dios es mi justicia, mi hermosura, mi vestido glorioso”. Cristo, como la justicia de Dios, es nuestro vestido bajo el cual permanecemos. Dios nos ha puesto en Cristo y lo ha hecho nuestra justicia (1 Co. 1:30). Permanecemos bajo Su cubierta. Somos uno con Él. Nuestra justicia es Él mismo, Su misma persona, y no uno de Sus atributos.

En Romanos 10:3 Pablo habló de los judíos incrédulos: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. Esos judíos eran verdaderos seguidores de Caín. Caín fue el precursor de ellos, pues mostró el ejemplo de intentar establecer su propia justicia y de no someterse al camino de Dios, que consiste en tomar a Cristo como su justicia. De nuevo afirmo que éste es el camino de Caín. Cada vez que nosotros, estando fuera de Cristo, intentamos hacer el bien para complacer a Dios, a los ojos de Él seguimos los pasos de Caín. No haga eso jamás. Según la revelación dada por Dios, debemos darnos cuenta de que adorar a Dios según nuestro parecer es un insulto para Él.


II. ABEL

B. Adoró a Dios conforme
a la revelación de Dios

(No INVENTAR ni INICIAR nada)

Abel no presentó su sacrificio según sus conceptos, sus ideas o sus preferencias, sino conforme al camino de salvación de Dios. El adoró a Dios conforme a la revelación divina (He. 11:4). Al contrario de Caín, Abel presentó los primogénitos de su rebaño, que se componía probablemente de corderos. La Biblia dice que él “trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas” (Gn. 4:4). Cuando ofrecía la grosura, el animal era sacrificado y la sangre derramada, pues sin muerte era imposible presentar la grosura a Dios. Abel estaba consciente de que necesitaba una ofrenda con derramamiento de sangre. El sabía que había nacido de padres caídos y que era maligno, pecador y estaba contaminado a los ojos de Dios. Por tanto, ofreció algunos primogénitos de sus ovejas, derramando la sangre por su redención y quemando la grosura para satisfacer a Dios. ¿Quién le dijo que ofreciera los primogénitos de las ovejas? Indudablemente el obró conforme a las instrucciones de sus padres. Lo que Abel hizo correspondía exactamente a los requisitos de la Ley Mosaica que sería dada más tarde. Esto demuestra que su manera de adorar a Dios concordaba con la revelación divina, y no con su concepto.

Todo lo que nosotros, los seres caídos, pensamos, es pecaminoso. Aun cuando tengamos los mejores pensamientos, nuestra manera de pensar sigue siendo pecaminosa. Además, todo lo que vemos y decimos es pecaminoso. San Agustín dijo que aun nuestras lágrimas de arrepentimiento necesitan ser lavadas por la Sangre. Somos tan pecaminosos que hasta necesitamos arrepentirnos por nuestro arrepentimiento. Somos la corporificación del pecado. Por consiguiente, todo lo que se origina en nosotros, en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en lo que oímos y sentimos, es algo pecaminoso. Debemos quitarnos de en medio. En realidad quitarnos de en medio significa quitar de en medio al diablo, porque el diablo está en nuestro ego. Si nos hacemos al margen, rechazaremos simultáneamente a Satanás de manera absoluta. No diga: “Mi método es bueno. Mis pensamientos son excelentes”. Por muy buenos que sean sus pensamientos, Satanás está en ellos, y usted debe rechazarlos y tomar el camino de Dios conforme a lo que Él revela.

La ofrenda de Abel tipificaba a Cristo. Según Números 18:17, el primogénito de una vaca o de una oveja, que tipificaba a Cristo, no podía ser comido por los israelitas; tenía que ser ofrecido a Dios. Por consiguiente, en tipología, Abel ofreció Cristo a Dios. La ofrenda del primogénito de una vaca o de una oveja presentaba dos factores: la sangre, rociada sobre el altar para la redención, y la grosura, quemada sobre el altar como ofrenda, como olor grato a Yahweh, el cual le traía satisfacción. El Señor Jesucristo tenía estos dos factores. El tenía la sangre que fue derramada por nosotros, y la grosura que satisfacía el deseo de Dios. Abel obedeció lo que sus padres le habían comunicado con respecto al camino de salvación de Dios, y presentó esta ofrenda a Dios. Por tanto, Abel tomó a Cristo como su cubierta y fue justificado por Dios (He. 11:4; Mt. 23:35). Necesitamos la sangre de Cristo para ser limpios, y necesitamos a Cristo mismo para cubrirnos a fin de ser aceptos a Dios y satisfacerle.

Permítanme compartir con ustedes algunas experiencias mías. Cuando era un joven activo, pensaba que podía y debía hacer muchas cosas para Dios. Pensaba que era muy inteligente, muy capaz y con muchísima iniciativa. En consecuencia, soñaba con hacer muchas cosas por Dios y por la iglesia. Al poco tiempo, la luz celestial vino y resplandeció sobre mí. Aunque no vi mucho al principio, la luz siguió resplandeciendo día y noche, aun cuando yo dormía. Gradualmente recibí iluminación hasta el punto de inclinarme delante del Señor y decirle: “Señor, no me atrevo a mirarme ni a imaginar cómo soy. Todo lo que soy es una vergüenza. Cada parte de mi ser es horrible”. Me veía realmente así. En aquel tiempo, empecé a ver cuán valiosa es la sangre del Señor. Oré: Señor, no tengo nada que decir; sólo lávame. Lávame con Tu sangre. Limpia mis ojos, limpia mis pensamientos, limpia cada parte de mi ser. Señor, limpia todo mi ser”. 

Un día hice una larga confesión al Señor que duró medio día. A pesar de haber confesado cosas sin interrupción, sentí que mi confesión no era completa. En mi interior brotó una profunda convicción: no me atrevía a hacer nada. Sólo podía decir: “Señor, no debo iniciar nada. Todo mi ser necesita que Tú lo laves, no que yo esté activo. Señor, sólo aplico Tu sangre. Señor, toma Tú la iniciativa. Si no haces nada, yo tampoco haré nada”. Fui capturado por la visión celestial. Había visto que todo mi ser era completamente pecaminoso, que no debía inventar nada ni iniciar nada, que todo lo que procedía de mí era corrupto a los ojos de Dios, que aun mis lágrimas de arrepentimiento debían ser lavadas por la sangre, y que en mi arrepentimiento se encontraba un elemento del ego que hacía de mi arrepentimiento algo impuro. Por tanto, tenía que arrepentirme de ese arrepentimiento. Esto es lo que significa aplicar la sangre de Jesús y vestirnos de Cristo como nuestra justicia, como nuestra cubierta. He llegado a reconocer que necesito la sangre de Cristo. He entendido que todo lo que hago debe ser simplemente el vivir a Cristo como mi cubierta. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Este es el significado de ofrecer los primogénitos y la grosura al Señor. Puedo testificar que nunca estuve tan contento como aquella vez. Me embargaba la dulzura del Señor. Estaba en los cielos. Esta fue la experiencia de Abel. Sé que muchos de los que leen este mensaje han tenido esta clase de experiencia.

Lo que hizo Abel corresponde exactamente al evangelio del Nuevo Testamento, que nos exhorta a recibir el lavamiento de la sangre, a negarnos a nosotros mismos, a hacernos a un lado, y a tomar a Cristo como nuestra cubierta. Debemos confesar nuestros pecados y negarnos a nosotros mismos. Debemos ofrecer a Cristo como los primogénitos de las ovejas de Dios y presentar Su grosura como la dulzura que satisface a Dios, olvidándonos de nosotros mismos, rechazándonos a nosotros mismos, renunciando a nosotros mismos, quitándonos de en medio y tomándolo a El como nuestra cubierta. Si hacemos eso, no sólo viviremos para Él, sino también viviremos por Él. Cristo no es solamente el sacrificio para Dios, sino también el camino de Dios, el camino de redención y de vida. Hebreos 11:4 dice que por el sacrificio que ofreció en fe, el cual tipificaba a Cristo, Abel obtuvo el testimonio de que era justo. Con esa clase de fe él sigue hablando hoy en día.

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