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lunes, 10 de septiembre de 2012

EL REMANENTE


...Dios consuela a su pequeño remanente en todo tiempo, y en toda circunstancia, aun en medio de la ruina circundante...


Cuando el pueblo de Dios se ha apartado de “la sincera fidelidad a Cristo”, entonces Dios se suscita unos pocos que “no han doblado su rodilla ante Baal”. Ellos conocen el latido de su amoroso corazón, y sostienen su testimonio aun en los días más difíciles.

El remanente
La palabra “remanente” significa “residuo” o “resto”. En la Biblia se utiliza 47 veces esta palabra, según la versión Reina-Valera de 1960. De esas 47 veces, 45 veces está en el Antiguo Testamento y sólo 2 en el Nuevo. Sin embargo, el remanente ha existido no sólo en los tiempos bíblicos, sino en toda la historia de la iglesia. De cada época se puede decir con toda seguridad lo que decía Pablo en sus días, respecto de los judíos: “Aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”  (Ro. 11:5).
El remanente es el “resto” que se separa del todo cuando la apostasía llega. Es el grupo de fieles que se apegan al testimonio de las cosas tal como eran al principio, y que, por tanto, no siguen la corriente de la distorsión.
La existencia misma de un remanente demuestra el fracaso del cuerpo profesante. Si la generalidad fuese fiel, entonces no se justificaría la existencia de un remanente.
Dios ha tenido y tiene un profundo interés en este remanente. Cuando todo se desvanece y pierde su lozanía, Dios se levanta y sostiene un residuo para expresar a través de ellos su voluntad y sostener su verdad.
El remanente presenta dos características fundamentales: 1. Reconoce el fracaso y la ruina generalizada. 2. Cuenta con Dios y se aferra a su Palabra.
En este estudio haremos un seguimiento al remanente de Dios, desde los días de Elías, en el Antiguo Testamento, hasta los de Malaquías, al final del Antiguo Testamento.
EL REMANENTE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
EN DÍAS DEL PROFETA ELÍAS

Luego de hacer caer fuego del cielo y degollar a los profetas de Baal, Elías huye de Jezabel al monte Horeb. Ha caminado 40 días sin interrupción porque teme a la ira de la reina impía. En el monte, Elías cae en una postración que le conduce al más grande negativismo. Él acusa a la nación de Israel delante de Dios. A su juicio, todos son apóstatas. Han dejado a Dios -dice-  “y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.” (1 Reyes 19:14). Entonces Dios le dice: “Yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (v.18). Aquí tenemos ya la existencia del remanente. Cuando todos se arrodillan ante Baal, cuando toda boca le ha besado, hay siete mil que permanecen mirando al Señor. Ellos no tienen, tal vez, la fuerza para hacer explícita su fe, y manifestar abiertamente su oposición al rey apóstata. Pero ellos guardan, al menos, una privada separación de la corrupción imperante.
“Yo haré que queden …” dice el Señor. Este “Yo haré” nos habla de una voluntad que es más alta que la de los hombres. Es Dios quien actúa. Así que, no debemos buscar en el remanente mérito alguno de fidelidad, sino en Dios, quien los ha apartado para sí. Es un remanente “escogido por gracia y no por obras”, para que nadie se gloríe. Tempranamente, encontramos estos rasgos que caracterizarán el remanente en todas las épocas: Ellos han sido escogidos por la voluntad soberana de Dios, y no por méritos. Ellos “quedan” para Dios cuando todos se han ido tras de Baal. Son su rebusco, cuando toda la vendimia la ha aprovechado el enemigo.
EN DÍAS DEL REY EZEQUÍAS (2 Cr. 30).
Ezequías vivió alrededor del año 700 a.C., y luego de restablecer el servicio del templo que había desmantelado su padre Acaz, decidió celebrar la Pascua. Israel estaba dividido, el reino del norte había sido llevado cautivo.
Ezequías envió mensajeros a los que habían quedado de la cautividad en el norte invitándolos a Jerusalén para la celebración. Sin embargo, la mayor parte de ellos “se reían y se burlaban” de los mensajeros (v.10). Eran días de ruina; ¿qué presunción era esa de celebrar la Pascua? Tal aparente presunción motivaba la risa y la burla de los que no creían. Aquí encontramos una segunda característica del remanente: ellos se mantienen fieles a la Palabra de Dios, aun en contra de la opinión general. Algunos israelitas, sin embargo, se humillaron delante de Dios, y vinieron a Jerusalén.
Luego, una vez reunidos en Judá, “estuvo la mano de Dios para darles un solo corazón” (v.12), y así celebrar con regocijo la fiesta. Este “un solo corazón” es otro rasgo del remanente. Ellos han sido reunidos por Dios, y por eso no tienen que deliberar para ponerse de acuerdo. Tal como la iglesia en sus mejores días, ellos son “de un corazón y un alma” (Hechos 4:32). Luego, y debido a que muchos de ellos no se habían purificado, Ezequías oró para que Dios les perdonase, y el pueblo fue perdonado. Dios se muestra propicio a su pueblo y se muestra indulgente ante las faltas de ellos. Son días de anormalidad, y el pueblo de Dios, con temor y temblor, y con mucha timidez, se acerca al altar de Dios.
Aquí vemos un acto de fe de Ezequías, que fue seguido por el remanente de Israel, en humillación. Ellos eran lo que había quedado. ¿Quién podría enorgullecerse de eso? Ellos sólo se acogieron a la gracia de Dios, y con ellos estuvo la mano de Dios.
EN DÍAS DEL REY JOSÍAS (2 Cr. 35).
Josías reinó unos 70 años después de Ezequías. El estado de cosas en el pueblo de Dios había vuelto a la más triste apostasía. Josías se vuelve a Dios, y tiembla al oír su Palabra. Él también celebra la Pascua. El testimonio que se da de ella es que “nunca fue celebrada una pascua como ésta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías” (v.18). Si la de Ezequías es comparada con la de Salomón (30:26), ésta se compara con la celebrada en días de Samuel. ¡Qué gloria! ¿Cuál fue la causa de ello?  “Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se conmovió, y te humillaste delante de Dios al oír sus palabras, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus vestidos y lloraste en mi presencia …” – le dice el Señor al rey.
EN EL  PERÍODO DEL CAUTIVERIO
Al leer el libro de Daniel podemos comprobar la fidelidad de algunos hombres de Dios en medio de la corrupción de Babilonia.
Cuanto más grande es la corrupción imperante, más brilla la gloria del pequeño remanente escogido por gracia.
Daniel revela el significado del sueño del rey, y con ello, salva la vida a los sabios de su tiempo. ¿Cuál fue el secreto de la sabiduría de Daniel? ¡Daniel pidió ayuda a sus compañeros de milicia para que orasen juntos! (Dn. 2:17-19). ¡Una reunión de oración fue efectuada en medio de Babilonia, y la urgencia puso en los corazones la suficiente fe para ser contestada!
Estos son los mismos que habían decidido no contaminarse con la comida del rey, y que se santificaron para Dios. Ellos permanecieron fieles en todo. Se negaron a adorar la estatua de oro, y confesaron el nombre de Dios en tiempos difíciles.
Como dice un autor, ellos pudieron haber dicho: “Debemos ponernos a tono con los tiempos; hacer lo que todo el mundo hace; no conviene aparecer como extraños ante los demás; debemos someternos exteriormente al culto público, a la religión oficial del país, guardando para nosotros nuestras opiniones personales. No somos llamados a oponernos a la fe de la nación. Si estamos en Babilonia, debemos conformarnos a la religión de Babilonia.” Tales pensamientos acomodaticios hubiesen sido la antesala de la apostasía. Pero ellos no pensaron así, ni lo hicieron así.
Esto nos lleva a la siguiente reflexión: sería fácil y cómodo adoptar, en medio de la apostasía general, una actitud displicente y descuidada, tanto respecto de la verdad como de nuestro andar personal. Sin embargo, es en este momento que debemos comprobar cómo el Espíritu nos anhela celosamente, para no inclinarnos al mundo, ni hacernos amigos de él (Stg. 4:4-5).
“Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”, dice Pablo a Timoteo (2 Tim. 2:19).  “Apartarse” es el primer paso, pero éste va seguido de otro: “Sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2:22).
EN LOS DÍAS DEL RETORNO (Nehemías 8)
En los días de Esdras, la nación de Israel aún está bajo el dominio persa. Jerusalén está en plena faena de reconstrucción. El remanente es pequeño y débil, tanto, que muchas veces suscita las burlas de los pueblos vecinos. Pero Dios está con ellos. Un día, el pueblo es convocado para escuchar la Palabra de Dios, lo cual no había ocurrido por muchos años. De tal forma fue tocado el corazón del pueblo, que éste “lloraba oyendo las palabras de la ley” (v.9). Luego descubren el mandamiento tocante a la Fiesta de los Tabernáculos, y decidieron celebrarla. Esta fiesta no se había celebrado desde los días de Josué. ¿Podremos imaginarnos la alegría de ellos? Ese día, sin duda, se cumplían las palabras del salmo 126: “Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las naciones; grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres” (1-3). A su alrededor todavía están las señales de la caída, muchos edificios están en ruinas, el muro aún no se ha restaurado del todo, pero el pueblo puede gozarse en su Dios. ¡Qué gozo para ese puñado de judíos fieles el celebrar el celebrar a su Dios en su patria, en su ciudad, ante al templo! Así Dios consuela a su pequeño remanente en todo tiempo, y en toda circunstancia, aun en medio de la ruina circundante.
EN TIEMPOS DEL PROFETA MALAQUÍAS
El libro de Malaquías nos muestra un deplorable estado de cosas. La adoración pública de Dios es despreciada, los sacerdotes sirven por interés; el pueblo trae ofrendas abominables. El deterioro reina por doquier. Sin embargo, en medio de ese ambiente, el Señor inclina su oído para oír la voz de unos pocos: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve.” (3:16-17).
Este precioso pasaje no tiene otro igual en toda la Biblia. En ningún otro lugar se muestra que el agrado de Dios por sus hijos lo lleve a anotar en un libro de memoria la fe de ellos. La frase “hablaron cada uno a su compañero” parece sugerir, como lo traducen algunas versiones inglesas, que ellos “se hablaban con frecuencia unos a otros”, lo cual indica una comunión íntima y permanente. Ellos cultivaban una especial y fraternal amistad espiritual, pues eran conscientes de la apostasía general y conocían la importancia de la comunión con otros “compañeros de milicia”.
La frase “los que temen a Jehová y … los que piensan en su nombre” indica una devoción personal e íntima con Dios. Ellos han vuelto sus corazones a Dios, escapando de una religión externa, formal y fría. Ellos temen a Dios. El temor de Dios es el principio de la sabiduría, y es el que limpia el corazón de la liviandad. Ellos también piensan en Dios. La meditación de su corazón era agradable delante de Dios. Ellos son su especial tesoro, o como dice la Biblia de Jerusalén, su “propiedad personal”. El Señor no podía hallar agrado en la indiferencia religiosa de su pueblo, por eso, vuelve su rostro al remanente fiel. Sobre el oscuro panorama de su pueblo apóstata, destella el pequeño residuo que le ama de verdad. ¡Oh, qué hermosas palabras, qué consoladora posición y gracia han hallado los que le aman!
El hecho de que Dios tenga a este residuo como su “especial tesoro” o su “propiedad personal” no significa en modo alguno que Dios no ame a todo su pueblo, ni que no siga llamando a su corazón para un retorno a la sincera fidelidad. No significa tampoco que el remanente sea mejor “en sí mismo” que los demás, ni que Dios no tenga sus propios tratos con ellos. Nada de esto puede implicarse de este precioso hecho de Dios. Sin embargo, es claro que Dios halla contentamiento en unos pocos, y que éstos pocos han de andar como es digno de tan alta vocación.
Tal como los cristianos están llamados a ser sal en medio de la tierra, el remanente está llamado a serlo no sólo de la tierra, sino también en medio de la cristiandad que se ha apartado de Dios. Ellos han de tomar sobre su corazón la carga de todo el Cuerpo, y embargados del amor generoso de Dios, han de procurar el bien de todos. Sus llamados amorosos han de tocar a los corazones insensibles, y su intercesión a favor de ellos tocará también el corazón de Dios. Como los antiguos profetas, se encenderá su corazón de toda la compasión de Dios, y procurará que otros gocen también las delicias que hay a la diestra del Padre.
Su privilegio es grande, su vocación es alta, pero su responsabilidad es mayor, y tanto más, cuanto que no tiene mérito ni suficiencia alguna. Así que, alégrense, pero también, tiemblen los hijos de Dios que hoy le aman y que buscan agradarleGócense, pero teman, no sea que se deslicen y caigan en la vanidad y la presunción
¡Que Dios manifieste en todo lugar a los “siete mil” que hoy se ha reservado y que busquen en el compañerismo la ocasión de agradarle en todo!

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